*Con 52 años en el oficio, el panadero de Paso del Macho es un tesoro vivo; no hay reloj en la cocina, solo su ojo que sabe cuándo las piezas se cocieron a la perfección, como la vida misma
Miguel Ángel Contreras Mauss
Paso del Macho, Ver.- En el horno caben más que piezas de pan: historias, recuerdos de tiempos donde se amasaba a brazo limpio, cuando se vendía en bicicletas o se regalaba a los vecinos por cariño.
El pan que hace Don Vicente Román no lleva conservadores ni recetas industriales, sino lo que le enseñaron sus mayores: harina, agua, levadura, un poco de sal y mucho respeto por el fuego.
La leña cruje y perfuma el aire mientras las piezas doradas toman forma. No hay reloj en la cocina, solo el ojo de Vicente, que sabe cuándo está listo, como quien reconoce el punto exacto de una historia bien contada.
En una pequeña casita de la colonia Reforma, con una mesa de madera antigua que guarda las huellas de incontables madrugadas de trabajo, Vicente ha horneado la vida entera.
Panadero desde los 13 años, hoy carga con 52 años de oficio, casi toda su existencia dedicada a una labor que aprendió mirando, metiendo las manos en la masa y dejando que el tiempo le enseñara.
“Voy a morir como la chicharra, cantando fuerte antes del final”, dice con una sonrisa serena, mientras observa el horno de piedra y ladrillo que construyó con paciencia.
No es un horno cualquiera: es un testigo de décadas de pan artesanal, hecho sin prisa, con la memoria en las manos y el alma en el fuego. Vicente ha visto cómo el oficio se ha ido apagando, pero también ha sembrado la esperanza en su familia: sus hijos muestran interés por seguir el camino.
“Quieren su horno también, uno como este. Para no perder la tradición”, cuenta.
Paso del Macho tiene en Vicente a un tesoro vivo. Sin títulos ni publicidad, es parte del alma de su barrio. Su mesa antigua es su escritorio, su horno es su refugio, y el pan que reparte es su manera de hablarle al mundo.
En cada hogaza va un pedazo de él, de su historia, de su amor por un oficio que ya casi nadie quiere, pero que ha decidido honrar hasta el último aliento.
“Mientras pueda, aquí estaré”, dice. Y vuelve al horno, donde lo espera el pan, el silencio… y el canto de la chicharra.